La llegada

Un día abrí los ojos y estaba en este mágico lugar, puedo emplear muchas, sencillas o complicadas palabras para describirlo pero dudo que le den realidad a lo que realmente observe desde ese primer día, el cielo es de un tono violeta chispeante, el césped con el paso del viento emite dulces melodías que tocan cada parte del alma, hay grandes dientes de leones, el clima se adecua tanto a lo que estamos pensando y sintiendo, y las flores; bueno las flores, recuerdo que ese primer día, asombrada por todo lo que veía, e intentando descifrar donde estaba, empecé a caminar, mientras caminaba dos enormes dientes de león me saludaron, no podía entender ni recordar, nada, excepto mi nombre, Icara. Unos pasos más adelante pase junto a unas flores y para mi sorpresa me di cuenta de que sonreían, su risa es muy adictiva, es verdaderamente difícil dejar de escuchar su risa, te contagia de alegría, y ríes hasta que unas lágrimas escurren por tus mejillas, lágrimas que se convierten en semillitas de flor y permiten que más y más flores de risa crezcan, cuando con gran esfuerzo pude seguir mi camino y dejar atrás a las flores y sus risas, seguí caminado.

Este mundo tiene algo, que realmente hace que me sienta como en casa, sin embrago me sentía confundida, no sabía de dónde venía ni donde había estado antes, quería saber exactamente en donde estaba, pero no sabía a quién preguntarle, seguí caminando, y no oscurecía todo seguía con luz, pero una luz especial no como la que solemos ver en el día, hasta que me canse y me senté sobre una colina, al levantar la mirada me di cuenta que sobre mi el sol le regalaba una flor a la luna, y empezaron a bailar, las estrellas empezaron a cantar, todo me fue llevando a una paz y un sueño.

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